Con pocos recursos


El padre Pedro Riascos tiene a su cargo la parroquia Ángel de la Guarda, en la cooperativa Juan Montalvo, a la altura del kilómetro 8½ de la vía a Daule. Pero el sacerdote responde ante la Arquidiócesis de Guayaquil por otras dos capillas: Nuestra Señora de Agua Santa (en Lotes de la Alegría) y Narcisa de Jesús (en Carlomagno Andrade), también del sector.

La iglesia más grande –en donde  caben 800 personas– es la de Agua Santa;  recibe $ 100  semanales por tres eucaristías dominicales y una de los sábados. Ángel de la Guarda es “mediana”: recibe $ 60 por concepto de dos misas (una el domingo y otra el sábado). La  otra es más pequeña, pero en lugar de recoger ofrendas, el grupo Jesús Confía en Ti reparte pan con cola, para atraer a los fieles.

Entre las tres perciben $ 160 semanales. A veces –recuerda– recoge monedas de centavos que acumula en la parroquia para cambiarlas en el banco a fines de cada mes. El anterior llevó 4.000 moneditas; es decir, 40 dólares. “Los cajeros deben odiarme”.

Con esos recursos que pueden considerarse fijos, el sacerdote paga las cuentas de energía eléctrica ($ 260 entre los tres templos) y de la limpieza ($ 200). No contrata empleada doméstica porque su hermana lo atiende. Otros $ 100 más los distribuye entre la gente necesitada del sector que, según dice, está habitado en el 60% por emigrantes de la zona rural de la provincia y de la Sierra.  “Es gente trabajadora, pero el 10% sí se dedica a la delincuencia”, lamenta el presbítero.

Para financiar las obras de la iglesia, el grupo apostólico realiza anualmente bingos y rifas. En el bingo del año pasado, por ejemplo, recogieron 2.000 dólares que sirvieron para reparar las bancas y pintar las fachadas.

Junto a la iglesia Ángel de la Guarda funciona una escuela (propiedad de la parroquia) que lleva el mismo nombre en la que estudian unos 150 niños. Por concepto de pensiones recaudan 200 dólares mensuales que se invierten en el pago de salarios a los maestros, el arreglo de los pupitres y material didáctico.

El sacerdote no tiene un sueldo para costear sus gastos personales, sino que toma dinero de lo que recibe. “No soy muy ordenado en las cuentas”, admite. Mucha gente dice que los curas tienen plata, pero no yo, bromea el padre Riascos, quien además es capellán de la Penitenciaría del Litoral.

Los reclusos también le piden dinero. “Con el dolor del alma tengo que clavarle un puñal si no me da 5 dólares”, le dijo alguna vez uno de los presos. “Solo tengo 25 centavos”, respondió el sacerdote. “Deme lo que sea, que no lo voy a matar, no le voy a clavar el puñal”, dijo antes de echar a correr.

El sacerdote tiene un grupo de fieles que actúa como consejo parroquial, pero prefiere asignarles la organización de eventos puntuales y  no darles mucha autoridad “porque abusan”. Según refiere, ya tuvo conflictos con otros fieles a quienes encargaba, por ejemplo, llevar al Municipio los papeles para legalizar los terrenos de la parroquia y estos los inscribían a su nombre e, incluso, lo amenazaban con venderlos.

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